Primero está la soledad.
En las entrañas y en el centro del alma:
ésta es la esencia, el dato básico, la única certeza;
que solamente tu respiración te acompaña,
que siempre bailarás con su sombra,
que esa tiniebla eres tú.
Tu corazón, ese fruto perplejo, no tiene que agriarse con tu sino solitario;
déjalo esperar sin esperanza
que el amor es un regalo que algún día llega por sí solo.
Pero primero está la soledad,
y tú estás solo,
tú estás solo con tu pecado original -contigo mismo-.
Acaso una noche, a las nueve,
aparece el amor y todo estalla y algo se ilumina dentro de ti,
y te vuelves otro, menos amargo, más dichoso;
pero no olvides, especialmente entonces,
cuando llegue el amor y te calcine,
que primero y siempre está tu soledad
y luego nada
y después, si ha de llegar, está el amor.
Recórreme la ruta del recuerdo,
tan desierta sin ti que nadie ha impreso
huellas sobre tus huellas, y me pierdo
en la niebla que impide tu regreso.
El ángel del olvido
contra mi mente alzó espada de hielo,
y amanecí en las sombras, abatido,
mi pasado filtrándose en el suelo.
¿En qué color tus ojos se perdían?
¿Tu cabello era liso, u ondulado?
¿Eran lentos tus pies, o parecían
danzar a un ritmo alegre, acelerado?
No sé, porque me miro y no te veo,
se me ha desvanecido tu figura,
y lo único de ti que ahora poseo
es un presagio: Nada más perdura.
Quisiera recobrarte
en todo el esplendor que hubo en ti un día;
resucitar la idea y cincelarte
con el mismo perfil que antes tenía.
Mas no lo podré hacer si no regresas
por el sendero azul de la memoria,
demostrando que cantas, lloras, besas,
y borrando tu línea divisoria.
Por más que aburras esa melodía
monótona y brumosa de la vida diaria,
y que te amansa;
por más lobo sin dientes que te creas;
por más sabiduría y experiencia y paz de espíritu;
por más orden con que hayas decorado las paredes,
por más edad que la edad te haya dado,
por muchas otras vidas que los libros te alcancen,
y añade lo que quieras a esta lista,
hay un pozo salvaje al fondo de ti mismo,
un lugar que es tan tuyo como tu propia muerte.
Es de piedra y de noche, y de fuego y de lágrimas.
En sus aguas dudosas
reposa desde siempre lo que no está dormido,
un remoto lugar donde se fraguan
las abominaciones y los sueños,
la traición y los crímenes.
Es el pozo de lo que eres capaz
y en él duermen reptiles, y un fulgor
y una profunda espera.
Es tu rostro también, y tú eres ese pozo.
Ya sé que lo sabías. Por lo tanto,
acepta, brinda y bebe.