Lo realmente importante en la vida no es conseguir tu objetivo, sino el camino que recorres hasta él.
Os voy a contar una historia...
El Cairo, 2009
Érase una vez, en un tórrido verano, un grupo de ruidosos turistas (entre los que yo me encontraba) se adentraban a toda prisa en la supuesta cámara del rey de la pirámide de Kefrén. Los turistas se hacían fotos junto al sarcófago mientras sus caras relucían de sudor y enrojecían por el asfixiante calor.
Yo iba solo. Me quedé fuera admirando la inscripción de la foto, recordando al héroe que la acuñó y la fascinante historia de su vida y la de su compañera vital.
De repente, una chica rubia, bastante guapa, pareció darse cuenta de mi extraño trance y disparó: "qué estás mirando tan fijamente?".
Y le conté la historia de Belzoni y Sarah Banne.
Giovanni Battista Belzoni nació en Padua, en el año 1778. En 1798 Napoleón acababa de entrar en Roma y Belzoni antes de ser encarcelado por ser hostil a los planes del nuevo emperador, consigue, gracias a unos amigos, huir hasta Inglaterra.
Por su gran corpulencia y estatura (casi 2 metros) comenzó una curuiosa carrera como forzudo de circo, lo que le llevaría a viajar extensamente y a conocer muchos lugares diferentes.
Pero un día conoció a una mujer, pequeña en estatura, de ojos vivarachos e inteligentes. Ella era aficionada al trapecio.
El moderno Sansón (le llamaban el Gigante de Padua) y la trapecista se enamoraron y se plantearon una nueva vida. Al mismo tiempo que trabajaba en el circo por las noches, Belzoni fue adquiriendo conocimientos de mecánica y de hidráulica. Hábil en el diseño de nuevas máquinas, no tardó en descubrir su vocación inicial. Inventó y construyó una rueda hidráulica mecánica capaz de multiplicar el trabajo de varios hombres.
En 1815, Belzoni conoció al cónsul británico en Egipto Henry Salt. No tardaron en apalabrar el primer trabajo para Belzzoni: trasladar al Museo Británico una cabeza de Ramsés II de más de 10 toneladas que hasta entonces nadie había podido mover. Tras múltiples peripecias, Belzoni logró su objetivo y más contratos de Henry Salt.
De esta manera, Belzoni y Sarah recorrieron Egipto a lo largo y ancho del país en busca de tesoros que hoy en día forman gran parte de la colección egipcia del Museo Británico. En el ínterin ocurrió algo: Belzoni se enamoró de Egipto.
Uno de los encargos de Belzoni fue descubrir la entrada del famoso templo de Abu Simbel. Imaginaos la estampa cuando Belzoni vio el magnífico Templo semienterrado en la arena y las cabezas de los cuatro colosos que representan a Ramses II apenas visibles.
Belzoni fracasó en innumerables intentos por descubrir la escondida puerta de entrada al Templo. Además, se dio cuenta de que Henry Salt era un mero comerciante. No amaba Egito. No lo sentía....su objetivo nunca fue conocer Egipto, sino acumular riqueza con sus maravillas.
Pensó en abandonar,
Una noche, sentado sobre una duna, hizo partícipe a Sarah de su decisión. Pero ella no era una mujer cualquiera.
Mientras Belzoni era hechizado por la belleza del Nilo y el poder de los antiguos faraones, Sarah Banne documentó las vidas de las mujeres locales, hasta que finalmente publicó Mrs. Belzoni's trifling account of the women of Egypt, Nubia, and Syria como parte de la obra de su esposo Narrative of the Operations and Recent Discoveries.
Belzoni y Sarah volaron juntos y cada uno enseñó al otro cómo elevarse más alto...la magia, a veces, existe.
Sarah le dijo a Belzoni que su trabajo y su pasión por Egipto serían recordados por la Historia. Que su ejemplo inspiraría a otros...que la victoria está en el camino más que en el propio objetivo.
Cuenta la leyenda (¿o no tan leyenda?) que esa noche sopló un Siroco tan fuerte que obligó a bestias y hombres a refugiarse en sus tiendas.
A la mañana siguiente, Belzoni lloró de emoción al observar la entrada al Templo que había sido dejada al descubierto por el molesto viento.
Sí. Belzoni descubrió la entrada al majestuoso Abu Simbel.
En 1818, el singular Belzoni también descubrió la entrada a la pirámide de Kefren y dejó el curioso grafiti que veis en la fotografía sobre el dintel de la puerta de entrada.
En todo eso pensaba yo aquel día. En la perseverancia. En seguir tu pasión. En no rendirte. En la enorme fortuna que supone conocer a un alma complementaria...y en que la verdadera victoria está en la lucha más que en el propio triunfo final.
Es la lucha la que forja tu espíritu. La consecución de tu objetivo es un premio que no depende de ti.
Pero dime, si crees en tu causa, aún a sabiendas de que es causa perdida... ¿cambiarías de bando?
Fotografía y texto íntegro de Mizraim Akhenatón