Horst P. Horst
A cierta hora del día
ciertos días
la noción de ser hembra
emerge como espuma
y sube hacia los contornos de mi cuerpo.
Plexo solar, muslos, brazos
se esponjan de una sensualidad
que va mucho mas allá del sexo.
El regocijo interno,
el perfecto balance de alma y cuerpo
me pone en un aire de águila y paloma
desde el que se me otorga percibir
la exacta redondez y tersura de las cosas.
Desde los tobillos
un efluvio circular asciende a los sentidos
como si habitada por el antiguo poder de lo femenino
dejara de ser yo material y limitada
para transmutarme en el ala del ave
que, tensando los músculos,
vuela íngrima y absorta hacia el sol.
¿Quién dijo que soy débil?
¿Quién se atrevió a compadecerme?
En esos momentos
del impúdico goce de saber qué soy
pienso que debería, por decoro, taparme el rostro
el brillo sostenido, directo, de los ojos
para que ni los hombres,
ni los animales domésticos del vecindario
intuyendo mi olor a pájara o semilla germinada
salieran en pos de mí
queriendo poseer la esencia de mi fuerza.
Como toda mujer que se precia de serlo,
cierro con un candado de llaves imposibles
la secreta noción de mi poder
y aparezco ante los demás
sin delatarme.
Gioconda Belli
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