3 oct 2016

Durero




La primera asociación mental que solemos hacer con la palabra “Renacimiento” es con Italia. Sin embargo, hay un Renacimiento con características independientes al italiano que se da “al norte de los Alpes”, fundamentalmente en Alemania y Flandes.

El Renacimiento italiano, en términos muy generales, se “preocupa” más por la perspectiva, la ilusión del espacio y las proporciones. Los del norte están más obsesionados por la descripción detallista, minuciosa.

Leonardo da Vinci es para el Renacimiento Italiano lo que Durero para el resto de Europa. Y ambos son contemporáneos.

Algo a destacar (y que explica la asombrosa obra del alemán), es que, cuando viaja a Italia, toma muchas cosas de los italianos. De ellos toma el ejemplo de la escultura clásica como para experimentar y aprender sobre volumen, proporciones y perspectiva. Por supuesto que sin dejar jamás de lado su obsesión tan del norte: el detallismo (no es una coincidencia que el oficio de su padre haya sido el de orfebre). Y, como si fuera poco, sabe dotar a sus figuras de tal expresividad que las vuelve muy humanas.

De toda la magnífica obra de Durero, que además es uno de los grandes grabadores de la historia, he elegido un retrato por una cuestión especial: no se trata sólo de un autorretrato, sino que se trata del retrato de un artista.

Imaginémonos en la época del Humanismo, movimiento optimista que destaca las cualidades propias de la naturaleza del hombre (Humanismo y Renacimiento van de la mano). La razón pasa a tener un valor supremo y en las artes se valora la actividad intelectual y analítica de conocimiento. Durero, al igual que Leonardo, es un defensor de las nuevas ideas y entre sus preocupaciones humanísticas también está la del status social del artista. 

El Humanismo propone la formación integral del hombre, y ello hace que se ennoblezcan las artes y se reivindique la consideración social del artista, que logra por primera vez superar la importancia que se le da a los gremios de artesanos. 

Es por eso que Durero es el artista del Renacimiento, incluido el italiano, que se autorretrata más veces. Se retrata como es común retratar a los poderosos mecenas. Tal es así que aquí podemos observar el orgullo con el que se "ve a sí mismo" en su figura de artista. Un artista de una belleza poco común y vestido como un protagonista de la sociedad de aquel entonces. 


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