Hace ya mucho tiempo que tenía pendiente dedicarle una entrada al Profeta de Gargallo y heme aquí, disfrutando una taza de té chai con especias y escribiendo.
La escultura se encuentra en el Museo Pablo Gargallo de Zaragoza y una copia en Bilbao, Museo de Bellas Artes.
Es una escultura que no te deja indiferente. Puedes pensar..."Sí, es un profeta". No falta de nada de lo que precisa un profeta. Gargallo dejó lo justo. Incluso el aire y la luz que lo atraviesan son aire y luz de profeta.
El Profeta transmite energía, enfado, amenaza, convicción, fanatismo, puedes encontrar esas cualidades en cada huequito sin rellenar de materia.
Una curiosidad que me llamaba la atención de la obra es el tamaño de sus pies, por su gran tamaño. T. acudió en mi auxilio para ilustrarme. Según él, los pies grandes han de anclarle a la tierra pues el profeta corre el riesgo de perder el contacto con la realidad. La mano abierta no está en paz, recibe del Cielo un mensaje irrefutable que relanzará a los oyentes, ímpios e ignorantes. Está enfadado e incluso molesto. Se cree su verdad que juzga como evidente y única por sí misma, como cree todo Profeta.
En mi opinión (siguiendo con los pies), todo Profeta pierde el contacto con la realidad en el momento que gana su primer seguidor. Será que no me gustan los profetas. Se han dedicado a pastorear borreguitos a lo largo de la historia de la Humanidad.
En cualquier caso, el Profeta de Gargallo es una obra magnífica, consigue transmitir con sus vacíos más que si estuvieran rellenos, el porqué, pues porque esos vacíos los llenamos de imaginación y eso, ni más ni menos, es parte de su poder.
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