2 jun 2020

Cuaderno de bitácora

Jorge B.F.


Querida Natalia, 

Ayer encontré entre los restos del naufragio, este lápiz y unas pocas hojas del cuaderno de bitácora. Por fortuna, solo están escritas por una cara. Las numeraré para no perderme y, sobre todo, para que no te pierdas tú. 

Anoche pasé un frío atroz. En esta latitud, la que sea, las noches son gélidas, aunque esta mañana hace un sol de justicia y apenas puedo protegerme bajo los árboles que hay cerca de la playa. No, aún no me atrevo a adentrarme en la selva. Pero me estoy quedando sin chocolate, el pan ya está mohoso y estoy dejando desnudas las palmeras, así que dentro de poco el hambre ganará la partida al miedo. 

Supongo que te habrán llegado ya noticias sobre lo sucedido. La tormenta nos atrapó en un instante y el barco se partió en dos como si fuera de papel. No sé cómo alcancé el bote salvavidas ni cómo las olas, tras unas horas interminables, me condujeron hasta aquí, inconsciente. Suerte de los escasos víveres que he encontrado en la orilla, y suerte de las lluvias que arrecian cada poco y que me proporcionan agua. 

¿Cómo y por qué he llegado a tener tanto, y cómo y por qué lo he perdido todo? 

Ahora me siento en el tronco de un árbol derribado por el viento y veo pasar las nubes y escucho el sonido de las hojas. Puedo trazar círculos concéntricos con mi índice en la arena, sin ningún otro afán. Camino arriba y abajo por la playa, sin alejarme en exceso de la cada vez más vacía caja de víveres, con las manos tras la espalda, dando vueltas a enigmas que dejé sin resolver antes de mi marcha, pensando en cómo solucionar todos aquellos asuntos que precisaban de mi atención, como si realmente fuera a regresar algún día.

Entonces, una ola de añoranza me arrastra mucho más ferozmente de lo que me arrastró hasta aquí la tormenta. Pienso entonces en el dibujo de tus manos que dejé inconcluso, en la suerte de pellizco indoloro que sentía en el estómago cada vez que cruzabas la puerta de mi estudio para posar, serenamente, mientras soportabas estoicamente mi cháchara. Salvo aquel dia que me dijiste "¿por qué no hablas menos y me besas más?" 

Creo que te he besado menos de lo que merecías. Que te he amado con torpeza. Pero nunca he besado ni he amado tanto. 

Se está acercando la noche, ya noto el frío en la planta de mis pies desnudos. Me hubiera gustado pensarte un poco más. Mañana rescataré el trozo de papel con la marca de carmín de tus labios, que un día dejaste distraídamente en mi baño. Lo guardo dentro de un pequeño agujero junto al lecho de hojas secas en el que intento dormir. Me volveré a sentar en el mismo tronco y pensaré en el día en el que pueda acabar el dibujo de tus manos. 

No me queda ya más papel. Solo espero hallar pronto una botella y una corriente certera. ¿Crees, amor mío, que tendré tanta suerte? 

Te quiere, 

Jorge


Jorge B.F.


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